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“La vida tiene sentido gracias a que existen los libros, los discos, el teatro…”: Juan Villoro

“La vida tiene sentido gracias a que existen los libros, los discos, el teatro…”: Juan Villoro

septiembre 4, 2017
Noticias Prensa

 

Crónica | 3 septiembre 2017 | http://www.cronica.com.mx/notas/2017/1041595.html

El Colegio Nacional. El escritor Juan Villoro cuenta su periplo de vida, de cómo inició en la literatura, luego de ver el incendio del edificio Aristos; de la importancia de la cultura y sus estudios, especialmente en la UAM, donde cursó la cerrera de sociología y que fue “una peculiar prolongación de la paideia paterna”

El periplo de vida de Juan Villoro está marcado por el movimiento y las confluencias: nacido en el barrio de Mixcoac, un sitio de encuentro entre el pasado mexica con su zona arqueológica dedicada al dios Mixcóatl y la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán, edificada en el siglo XVI; de la modernidad y el futbol con la Ciudad de los Deportes, conformada por la Plaza de Toros México y el Estadio Azul; y del arte y educación con la Casa de Cultura Juan Rulfo y el Instituto de Investigaciones José María Luis Mora.

Esas confluencias se extienden, en diferentes periodos, a sus notables residentes como Luis E. Miramontes, quien inventó la píldora anticonceptiva, o los escritores José Joaquín Fernández de Lizardi y el Premio Nobel de Literatura Octavio Paz, quien es autor de uno de los libros más importantes sobre la lírica mexicana: Poesía en Movimiento.

El movimiento define la rima y el ritmo que también serán de Juan Villoro y las ejercerá en el periodismo, la narrativa, el teatro y la música. Movimiento que no sólo lo lleva a ser el escritor contemporáneo de referencia, con premios como el Herralde o el Crónica en 2015 en el área de Cultura, sino a ser un apasionado del futbol, aunque poco talentoso como jugador, músico tenaz y cantante de sus crónicas reunidas en su libro Tiempo transcurrido. Lanzó su voz en los conciertos que se denominaron Mientras nos dure el veinte, en los cuales estuvo acompañado por la banda Caifanes.

Son algunas de las aristas de la vida de Juan Villoro Ruiz, quien cuenta que nació el 24 de septiembre de 1956 en ese barrio de Mixcoac, “año del mono en el horóscopo chino y cuando se inauguró la Torre Latinoamericana. Soy contemporáneo de este edificio, pero cuando tenía dos años nos fuimos a vivir a Guadalajara, porque mi padre, Luis Villoro, daba clases en la Universidad de Guadalajara”.

—¿Cómo fue ese tiempo en esa ciudad?

—Ahí aprendí a caminar y mi madre —Estela Ruiz Milán—, me llevaba al Parque Alcalde. Ahí o cerca de ahí había una rockola en la que ponían música de Elvis Presley, en ese tiempo había salido su segundo long playque se titulaba con el nombre del cantante. Era la música de la época y se tocaban los acordes de “Long Tall Sally”, entre otras canciones que venían en el disco. Fueron las primeras notas musicales que escuché de rock and roll, al cual después me aficionaría.

—Sólo estuvimos dos años en Guadalajara, luego regresamos a la Ciudad de México en 1958, nuevamente al barrio de Mixcoac, donde vivimos  hasta 1969. Era el movimiento de una familia, que es muy curiosa, porque mi madre es yucateca y mi padre fue catalán. Los dos tenían grandes tradiciones separatistas. Los yucatecos trataron de aislarse de México y los catalanes de España, por lo que no es casual que dos separatistas que estaban unidos se separaran muy pronto. Su distanciamiento ocurrió cuando tenía nueve años. Vi que mis padres se separaban, algo raro en aquella época, casi un estigma, porque no era muy común el divorcio. Entonces con mi madre y hermana Carmen nos trasladamos a la Colonia del Valle a vivir en la Cerrada de San Borja.

El movimiento a esa zona de la ciudad fue también una confluencia con un nuevo grupo de amigos, pero lo que más le cautivaba en ese tiempo, es que la familia Mondragón Barbarai fue con la que mejor tuvo relación. “Era la única de la colonia, junto con la mía, cuyos padres también estaban divorciados y, además algo sustancial, todos sus integrantes eran aficionados al Necaxa”.

En aquella época estudiaba en el Colegio Alemán y recuerda que “con el cual nada me identificaba porque era muy extravagante para mí. Estaba en el grupo de los alemanes y cursaba todas las materias en esa lengua, quizá para lo único que sirvió esa escuela fue para revelarme que lo que más me gustaba era el español, porque la lengua alemana era algo impuesta y forzada. A ese distanciamiento escolar se sumaba el hecho de que mi familia era pequeña y pocos momentos teníamos de convivencia. Entonces  salía a la calle para estar con algunos de los integrantes de la familia Mondragón y al saber que todos eran aficionados al Necaxa, decidí apoyar ese equipo para ser parte de esa calle, lo cual hoy es una paradoja porque ese equipo, que para mi representaba el lugar dónde vivía, ahora juega en Aguascalientes, que es una especie de Patagonia para la Ciudad de México, pero así son los calvarios de los aficionados futboleros”.

— ¿De niño qué leías?

— La verdad, leía muy poco. En mi familia había libros porque mis dos padres fueron universitarios, pero no específicamente para niños. Mi madre tenía El tesoro de la juventud, que leyó cuando era niña y una revista argentina muy divertida que aparece muy mencionada en los cuentos de Julio Cortázar y tenía por título Billiken. Ésta se distribuía en México en los tiempos que ella era niña. Aparte de eso, no había en ese tiempo la costumbre de que los niños leyeran libros hechos exprofeso para ellos. Entonces leía muy poco.

— En el Colegio Alemán el tipo de libros que leíamos eran para amedrentar a los niños. Había una enorme cantidad de cuentos alemanes que tienen que ver con los desastres que cometen los pequeños y la manera de corregirlos, ¡eran como cuentos punitivos para niños! Entonces la literatura no me interesaba, quizá mi único contacto con el lenguaje en aquella época provenía de las crónicas de futbol de los grandes locutores de la radio, quienes eran auténticos rapsodas y de los cómics como La familia burrón, de Gabriel Vargas; Los Supersabios, de Germán Butze; Los Agachados, de Rius, además me interesaban las historias de superhéroes, aunque no tanto, o en todo caso me interesaba Batman, el superhéroe trágico que había perdido a sus padres. Fue mi contacto con el lenguaje sin que tuviera ninguna idea de que alguna vez me dedicaría a escribir.

— Durante esos años, veía algo de televisión, aunque en mi casa no había aparato receptor, pero iba con la abuela, que vivía abajo de nosotros, a ver los programas. Lo más significativo eran los comentarios de mi abuela, que reinventaba las tramas y la vida entera. Traté de dejar constancia de su capacidad de invención en mi libro sobre Yucatán, Palmeras de la brisa rápida.

— ¿Y el futbol?

— Yo era mal jugador. Un extremo derecho esforzado, pero poco talentoso. Esencialmente, lo que quería era pertenecer a un grupo. Todos mis amigos jugaban y yo me esforzaba al máximo por estar dentro del grupo. Estuve en los Pumas de la Universidad desde infantiles hasta juvenil AA, incluso llegué a la reserva especial simplemente a probarme. Obviamente sabía que no me iban a aceptar porque había visto jugar a otros compañeros que eran superiores a mí. Lo hice como una especie de rito de paso y naturalmente acepté ser rechazado. No tenía mayor habilidad para el deporte, pero me encantaba practicarlo y por eso lo jugué durante mucho tiempo.

— Aunque, la ambición de poder llegar a un club de Primera División, la tuve hasta los 17 años. Luego, seguí jugando por gusto hasta los 45 años, que fue cuando me retiré en el Letras Libres, que era el equipo de la revista del mismo nombre. Ya para ese tiempo jugábamos futbol rápido y yo era un desastre. Me la pasaba pateando a los jugadores que eran más rápidos.

En este punto, Juan Villoro evoca y la satisfacción puebla su rosto cuando dice que el primer equipo de todos los que integró fue El Principado, del Club Asturiano. “Pertenecí a la primera generación del equipo que se convirtió en histórico y del que salieron futbolistas profesionales, pero cuando empezó era un terrible. Quedamos en el último lugar de la liga. Ese fue el primer equipo formal que tuve, pero jugué en muchos. Además en una liga en Tulyehualco, donde luego se hizo el Torneo de los Barrios y del cual salieron jugadores de primera fila como Manuel Manzo, para mí el mejor futbolista mexicano de todos los tiempos, en cuanto a técnica y capacidad, no en cuanto a resultados. En Tulyehualco jugué mucho tiempo.

— ¿Cuándo aprendes música y formas grupos de rock?

— Durante la secundaria  hacía un periódico que se llamaba La tropa loca. Lo editábamos en mimeógrafo y en este periódico publicaba una sección de chismes. Eso me dio un gran poder en el salón de clases porque hablaba de los romances que podrían ocurrir. Fui alguien que practicaba periodismo rosa, al estilo que hoy se ve en el programa de televisión Ventaneando, pero me divertía hacerlo, era muy chismoso y ¡todavía lo soy! Me gustaba la atracción magnética que podía tener esa columna, porque a todos los del salón les interesaba saber que iba a decir, como rumores, de ellos.

— Con esa información, que era la predilecta, vendíamos el periódico como en 15 centavos. Ese tipo de periodismo lo escribí hasta el día que fui a tomar la clase de guitarra con el renombrado maestro Manuel López Ramos en el edificio Aristos, donde hoy están las oficinas del INAH en la esquina de Insurgentes y Aguascalientes. Al bajarme del camión con la guitarra, me di cuenta que el edificio estaba en llamas. Fue uno de los incendios más sonados de la Ciudad de México y me cautivó toda la dinámica del fuego en el edificio, de las personas, bomberos y rescatistas, de éstos últimos, la mayoría eran improvisados y quienes de pronto mostraron un insólito heroísmo.

— Mientras, la gente que estaba dentro del edificio trataba de ir hacia la azotea para resguardarse, las ambulancias que llegaban con sus sirenas, las escaleras telescópicas, los bomberos, las escenas de pánico, todo me pareció fascinante, y al regresar a casa, en lugar de escribir la consabida sección de chismes, redacté la crónica de ese incendio.

— De esa manera me convertí, sin saberlo, en cronista. Fue la primera crónica que escribí. Muchos años después he leído historias de escritores que se han dejado cautivar por escenas semejantes. Por ejemplo, Elias Canetti era estudiante de química y un día salió a la calle y se encontró con una manifestación que desembocó en la quema del Palacio de Justicia de Viena. Al ver ese espacio en llamas y los archivos que ardían, sintió que había algo más fascinante que la química y esto era la actividad colectiva de los hombres. Eso lo hizo convertirse en escritor.

— Hay otros autores que de cierta manera pasan por un rito de fuego y se transfiguran. Sería pretencioso decir que yo pertenezco a ellos, pero ciertamente ese incendio del Aristos me volcó a escribir algo totalmente diferente, y quizá fue el primer texto literario que hice cuando estaba en la secundaria.

En este punto, Juan Villoro hace una digresión y recuerda que una vez que entrevistó al comentarista de futbol, Ángel Fernández, le contó que él estuvo en el Parque Asturias, que estaba construido con madera, y cuando fracturaron a Horacio Casarín, extraordinario jugador mexicano que estuvo en el Necaxa de los 11 hermanos, la gente en protesta por ese foul, que no se sancionó en ese momento por el árbitro Fernando Marcos, quien luego también sería un famoso comentarista de futbol, el público indignado empezó a prender antorchas e incendió el estadio. Como era de madera, ardió rápidamente.

— “Entonces me dijo Ángel Fernández que desplazó su mirada de la cancha al público y se dio cuenta que el verdadero espectáculo del deporte de masas es la gente que asiste. En ese momento él tuvo una transfiguración muy importante a partir de ese incendio”.

— ¿Y el rock?

— En esa época, como me encantaba el rock, traté de hacer algunos conjuntos, todos fracasados. En la televisión se trasmitía, en ese tiempo, un episodio de La pequeña Lulú, que se llama “Fusifingus pup” —capítulo 60 de la serie— que era el nombre de una supuesta flor mágica que se debía encontrar, se trata de algo como “La flor azul” de los poetas románticos, pero llevado a La Pequeña Lulú. Con algunos amigos creamos un grupo de rock que en lugar de llamarse “Fusifingus pup”, se llamó Fusifingus pop, ahí tocaba la melódica y el pandero. Fue un desastre.

— Así, sucesivamente, milité en varios grupos hasta llegar a Los Renol, donde participó el mejor crítico de rock que hay en México: Óscar Sarquiz, además de otros instrumentistas como Leonardo García Tsao y  Fernando Montes de Oca en los años ochentas. Al intentar ser músico, debía tener ritmo, pero resulta que como bailarín combino dos defectos: soy pésimo y entusiasta, entonces bailo mucho, pero mal.

— La prepa en el Colegio Madrid.

— Tuve una educación rigurosa y demandante en el Colegio Alemán. Aprendí todas las materias en ese idioma, salvo lengua nacional, y cuando llegó al Madrid logré un poco de relajación. Es una escuela más liberal y eso fue muy satisfactorio, porque en ese tiempo había muchos temas de discusión: el marxismo, las teorías de la sexualidad, la anti-psiquiatría, estímulos a la cultura, en especial al cine de autor, la sicodelia y el rock…, un ambiente donde encontré los espejos para discutir y hablar de estos temas que me parecían importantes.

— Además, formaba parte de un grupo de teatro e hicimos una obra de creación colectiva que se llama Crisol, en 1971. El grupo estuvo funcionando unos tres o cuatro años y nuestro gran gigante, el gurú absoluto, era Alejandro Jodorowsky, especialmente por su obra El juego que todos jugamos, que era muy de la era de Acuario: ponía en crisis los discursos racionales y hablaba de temas como las nuevas opciones de sexualidad, las drogas, la crítica al poder establecido, el conflicto generacional, etc, y entonces en imitación de Alejandro, hicimos Crisol.

— Me interesaba en ese tiempo y, también ahora, mucho el teatro y cuando llego al Colegio Madrid, con los maestros creamos un seminario de estudios y a partir de esto me di cuenta de que la vida tiene sentido gracias a que existen los libros, los discos, el teatro, las artes… Todo esto venía de manera intuitiva, es decir, me habían gustado radionovelas como Alma grande y Kalimán, las crónicas deportivas del “Mago” Septién en el beisbol, o las de Ángel Fernández en el futbol, me gustaban los cómics de Gabriel Vargas y Butze, pero no sabía que eso era cultura, que eso tenía que ver con una representación del mundo y  de la que podía formar parte.

— Cuando vienen las vacaciones entre la secundaria y la preparatoria, justo antes de entrar al Madrid, leí la novela De perfil, de José Agustín, que trata de un muchacho que está justamente en las vacaciones de la secundaria para ingresar a la prepa, que vive en la colonia Narvarte, yo vivía en la Del Valle, sus padres se están divorciando, mis padres ya lo habían hecho, es fanático del rock, yo también lo era, y así sucesivamente. Fue una especie de lectura en el espejo. Me identifique tanto con ese libro, que sentí incluso que podía yo estar incluido en la literatura.

— Entonces cuando entro al Colegio Madrid, con estas experiencias dispersas y un poco azarosas de la obra de teatro, de grupos de rock fallidos, la revista La tropa loca donde era un escritor de chismes, mi fracaso en el futbol, todo esto se comenzó a cristalizar en la literatura, en poder escribir de esto.

— Llegas a la UAM a estudiar sociología, pero ya traes esa visión de ser escritor.

— Ya quería ser escritor. Dudé entre estudiar medicina o letras. La carrera de medicina, como sabemos, es muy demandante, me acobardé un poco, no me atreví a tratar de conciliar la medicina con la literatura, me pareció que ya no eran los tiempos de Antón Chéjov o Mariano Azuela, que podía tener estas dos carreras. Además, ya me sentía escritor porque participaba en un taller literario en la UNAM, coordinado por Miguel Donoso, luego apliqué para una beca que obtuve para el taller que coordinaba Augusto Monterroso. Entendí que no podía hacer las dos cosas: estudiar medicina y seguir en las letras.

Entonces opté por sociología porque tenía una idea muy romántica de la literatura y consideraba que si estudiaba letras iba a convertir una gran historia de amor en un matrimonio por conveniencia. Lo que para mí era un producto de la pasión se convertiría en algo hecho por obligación. La sociología me pareció apropiada para tener un contexto más amplio de lo que pasaba en el mundo y de las cosas que quería escribir. Estudié en la UAM-Iztapalapa porque era una aventura novedosa, que se acababa de inaugurar y prometía terminar con los vicios de las anteriores universidades. Además, mi padre dirigía la División de Ciencias Sociales y Humanidades y le pareció que si yo no entraba ahí estaría rechazando su enseñanza. No es muy común que lo que puede enseñar un padre se cristalice en una universidad, y este era el caso. Mi padre había creado nuevos métodos de estudios, contratado a profesores de toda América Latina. Estaba muy ilusionado en esa especie de Ciudad del Saber que había construido en Iztapalapa.

— Acepté a regañadientes y para no tener mayores problemas con él, pero a la distancia me parece que fue algo maravilloso: qué es lo quiere un padre, pues educar a sus hijos. En el caso del mío se dio la extraordinaria casualidad de que él creó todo un método de estudios y yo pudiera ser uno de los discípulos, porque estaba leyendo todos los textos que él había seleccionado. Fue una manera de extender su forma de educarme, una peculiar prolongación de la paideia paterna.

— Luego el El lado oscuro de la Luna.

— Cuando estudiaba la carrera, de inmediato empecé a trabajar en Radio Educación. Hacía los guiones del programa El lado oscuro de la Luna de los martes y jueves. En esa época, de 1977 a 1981, se podía vivir como guionista modestamente. Así me pude salir de la casa de mis padres y renté, con Francisco Hinojosa, un pequeño departamento en lo que antes fue la cochera de una casa.

— El programa se basaba en información difícil de conseguir en ese entonces. Cuesta trabajo imaginar, en tiempos de intenet, lo complejo que era acceder a revistas contraculturales. Durante ese tiempo el rock seguía casi oculto; conseguir los discos, también era complicado. El programa tenía ese título, no solo por el disco de Pink Floyd, sino porque tratábamos de presentar la región desconocida del rock, lo que no se podía conseguir en México, y este era el empuje y lo que nos interesaba: mostrar esta música la cual era difícil de acceder, ¡fue como conquistar el Santo Grial!

— ¿Como maestro de talleres y en universidades, cómo analizas la educación en México y su importancia en el desarrollo?

— Obviamente se trata de un tema central y una de las causas de los rezagos del país, incluso la seguridad, que tanto depende de la transmisión de valores, tiene que ver con la educación. La desaparición forzada de los 43 de Ayotzinapa golpeó una fibra muy honda del país. ¿Qué se puede esperar de una nación donde los futuros maestros rurales se someten a esa desgracia? He tenido la suerte de dar clases en universidades de varios países y en ningún sitio he encontrado alumnos tan despiertos y deseosos de aprender como los que he encontrado en México. No hablo de la mayoría, sino de aquellos que en verdad quieren dar el salto a través de la educación. En Barcelona o en Estados Unidos no he encontrado la misma urgencia por aprender. En México, pasar a la zona del conocimiento en verdad puede marcar una diferencia.

— Y después de este periplo, como miras a México.

— Pertenezco a una generación que era extraordinariamente optimista, porque tuvimos la oportunidad de pensar que el futuro sería para nosotros. La situación del país no era muy buena porque el mismo partido siempre ganaba las elecciones y había muchas cosas que nos alejaban del verdadero desarrollo, pero al mismo tiempo teníamos una gran confianza en que las cosas cambiarían, para bien, en el futuro. Cuando hubiera una democracia auténtica, este país sería diferente.

— Me afilié a los 18 años al Partido Mexicano de los Trabajadores, que lideraba Heberto Castillo. Teníamos una idea de transformación de la realidad muy definida, pero hoy estamos en una situación muy diferente; el país se encuentra ante quebrantos gravísimos: es un país de fosas comunes, de desaparecidos, de entreguismo total a los Estados Unidos, con un presidente sin credibilidad. Al mismo tiempo hay una crisis de las expectativas, y esto es más grave todavía. No solamente está mal la realidad, está mal la esperanza, algo muy tremendo porque no hay certeza de que las cosas puedan cambiar para bien, como la hubo, por poner un ejemplo, en 1988 con Cuauhtémoc Cárdenas. No hay luz al final del túnel, situación que es, desde luego, muy desoladora.

— Así las cosas, tenemos un país esquizofrénico, porque tienes todos estos rezagos y al mismo tiempo una extraordinaria creatividad en la cultura, lazos comunitarios riquísimos, nos las pasamos extraordinariamente bien en las fiestas y las ceremonias. La comunidad (los lazos afectivos compartidos y la cultura que nos unen), son muy ricos, mientras que la sociedad (los valores, las normas cívicas, la ley y el derecho), están muy mal: hay una contradicción y es el México que nos toca hoy en día.

— Vivimos en una comunidad querendona y al mismo tiempo tenemos una sociedad profundamente violenta. Formamos parte de las dos cosas; si no lo aceptamos no lo vamos a poder cambiar. En los discursos de los políticos suele haber una disociación entre los datos que aportan y la realidad; hablan de la macroeconomía como los griegos hablaban de mitología, refiriéndose a nociones intangibles como el Producto Interno Bruto, un porcentaje de alza en la bolsa de valores o la deuda que se renegocia favorablemente, nada de eso tiene que ver con la realidad de las personas. Es un espejismo político.

— El Colegio Nacional, Luis y el ingreso de Juan.

— Cuando era niño y me decían que mi padre había llegado al colegio, siempre se trataba de una mala noticia: lo habían llamado porque yo había cometido alguna falta. En febrero de 2014 entré a El Colegio Nacional. Mi padre asistió al acto. Fue la última vez que salió a la calle. Murió una semana después. Me pareció extraordinario que esta vez llegara al colegio sin que eso fuera una mala noticia.

 

 

Obras literarias

Novela

El disparo de argón

Materia dispuesta

El testigo

Llamadas de Ámsterdam

Arrecife

 

Cuentos

La noche navegable

Albercas

La casa pierde

Los culpables

El Apocalipsis (todo incluido)

 

Crónicas

Palmeras de la brisa rápida: un viaje a Yucatán

Los once de la tribu

Safari accidental

Dios es redondo

Balón dividido

8.8: el miedo en el espejo”

 

Teatro

Muerte parcial

El filósofo declara

Conferencia sobre la lluvia.

La desobediencia de Marte

 

Premios

Premio Crónica 2015, en el área de Cultura

Premio Cuauhtémoc de Traducción

Premio IBBY por El profesor Zíper y la fabulosa
guitarra eléctrica

Premio Xavier Villaurrutia por La casa pierde

Premio Mazatlán de Literatura por Efectos
personales

Premio Herralde por El testigo

Premio Internacional de Periodismo Vázquez Montalbán por Dios es redondo

Premio Antonin Artaud en México, por Los culpables

Premio Internacional de Periodismo Rey de España

Premio Iberoamericano de Letras José Donoso (Chile)

Premio ACE (Asociación de Críticos de Espectáculos de Argentina) a la mejor comedia del año por la obra Filosofía de Vida

Premio José María Arguedas, por Arrecife (Cuba)

Premio al Mérito Literario Internacional FILZIC
Andrés Sabella

Premio Iberoamericano Ramón López Velarde por  la contribución al conocimiento del poeta zacatecano

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