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Armenio y mexicano: José Sarukhán

Armenio y mexicano: José Sarukhán

enero 22, 2018
Noticias Prensa

 

Crónica | 20 enero 2018 | http://www.cronica.com.mx/notas/2018/1061466.html

José Sarukhán Kermez (Ciudad de México, 1940), exrector de la UNAM, es un destacado integrante de la comunidad armenia mexicana y un ejemplo de la riqueza que han aportado las migraciones al país. En su memoria conviven las historias del académico destacado que es con el hecho objetivo de que su nacimiento en nuestro país tiene origen en las difíciles circunstancias que propiciaron la diáspora armenia. Entre las reflexiones de Sarukhán sobre su propia vida, hay una palabra constante: agradecimiento.

José Sarukhán creció en la colonia de los Doctores de la ciudad de México. Allí donde las torres de los llamados “Soldominios” hoy sufren las consecuencias de los terremotos recientes,  se encontraba un conjunto de casas de la desaparecida empresa tabacalera El Buen Tono, en el que se estableció un pequeño barrio armenio, completamente integrado con sus vecinos mexicanos.

“Para mí fueron tiempos felices. Las casas del Buen Tono formaban una especie de pequeño mundo. Eso nos daba la sensación de ser una gran familia, como ocurría en la calle de Mesones, en el centro, donde vivían muchos emigrantes. De hecho, en los primeros años de su estadía en México, mis padres vivieron allí, cuando desistieron de ir a Estados Unidos y resolvieron quedarse aquí. Después se cambiaron a la Doctores.” 

A Sarukhán se le alegra la mirada cuando recuerda su infancia en la Doctores, allí vivió hasta los 18 años. En las casas del Buen Tono residían varias familias armenias totalmente adaptadas a México. “Fue una etapa muy feliz. A pesar de que mi padre murió cuando tenía ocho años, convivir con tantos chicos compensó, de alguna manera, esa ausencia. Casi todos íbamos a casa de los demás. Hacíamos nuestra vida de juegos en esas cuatro calles”.

La integración, la aceptación del otro, es una lección que el niño Sarukhán aprendió muy temprano. “Todos éramos del mismo estrato social, clase media modesta: en todos los casos, el jefe de familia era empleado o trabajaba por su cuenta. Mi padre era zapatero; operaba su taller en mi casa. Entre él y un empleado, hacían los zapatos. Y no había diferencias entre chicos más ricos y menos ricos, los más feos o los más bonitos. La vida era muy igualitaria y amistosa, abierta. Tampoco existía el fenómeno de acoso. Eso sí, estaban los malosos del barrio de La Romita, al otro lado de la Calzada de la Piedad, que hoy se llama avenida Cuauhtémoc. A veces, alguien gritaba: “¡Ahí vienen los de Romita!”, y todos nos metíamos a nuestras casas, pero eso tenía mucho de juego. Nunca tuvimos un problema serio; nunca tuvimos esas complicaciones, erosivas de las diferencias sociales o raciales; todo mundo sabía que yo hablaba armenio además del español, pero eso no significaba nada especial”.

En ese entorno se desarrollaba la convivencia entre las otras familias armenias de El Buen Tono: “Teníamos amigos armenios frente a nuestra casa; nos reuníamos a comer o a una fiesta de cumpleaños. No nos aislábamos de los armenios ni los armenios vivían en un ghetto, eso nunca. Toda la gente recibía a estas familias como a cualquier otra: eran abiertos, saludaban a todo el mundo, estaban con todos, hablaban en castellano con todos. Nunca tuve ese sentimiento de tener “familia extranjera” y nunca hubo rechazo o distinción por ello”.

LOS AÑOS FORMATIVOS. José Sarukhan pasó sus primeros años escolares en colegios católicos. Hijo de un hombre nacido en  Ereván, la antigua capital armenia, y formado en el monasterio veneciano de San Lázaro, creció en un ambiente católico. Hoy día ya no es religioso. “Mi padre tenía amistad con un hermano lasallista que era armenio, Juan Bulbulián, que aún vive, y a quien conoció porque los lasallistas le pidieron hacer una traducción del griego, uno de los 8 idiomas que mi padre dominaba. Creo que ese vínculo influyó para que yo estudiara en aquellas escuelas.

“Al final del primer año de primaria, murió mi padre, que estaba muy enfermo de cáncer.  La medicina, entonces, no era lo que es hoy.  Se gastó mucho en medicamentos. Cuando falleció, el capital de la casa eran 60 pesos. Entonces, mi madre fue a la escuela. Me sacaría del colegio porque ya no podíamos pagar las colegiaturas. Pero  los lasallistas le contestaron: “usted se olvida de eso y nosotros nos hacemos cargo de la educación de Pepe”. “Así fue hasta el fin de la prepa,  y eso es algo que no puedo sino agradecer enormemente, y a lo que yo intentaba corresponder, trabajando como cuidador de los autobuses del colegio y ayudante del laboratorio de Química con Juan Bulbulián. En esos tiempos ingresé a los scouts, que también fue una experiencia de enorme importancia formativa; fue espléndido y crucial.

“Me interesaba estudiar neurociencias  pero para eso había que estudiar medicina o biología, y medicina no me atraía, de modo que entré a la carrera de biología en la Facultad de Ciencias en una Ciudad Universitaria relativamente nueva. Tuve una oportunidad única: el doctor Arturo Gómez Pompa me propuso ingresar a la Comisión de Dioscóreas, que es el nombre científico del barbasco, esa planta de la cual se derivaron los anticonceptivos. Hice mi tesis en Tuxtepec, y me vinculé con personas de primerísima calidad, como un español refugiado, el doctor Miranda, o mi tutor en la maestría, Federico Hernández, quien me enseñó el México profundo. Tomarle el pulso a ese México fue para mí un regalo de la vida que implica responsabilidades, porque hay que agradecerlo y aprovecharlo, y procurar multiplicarlo en otras personas.”

LAS HUELLAS DEL PASADO. La madre de José Sarukhán era sobreviviente del genocidio armenio. El recuerdo de esa vivencia se lo transmitió a su hijo cuando él era ya estudiante universitario: “Mi padre no vivió el genocidio, su historia fue diferente. Ella sí. Pero también nos contaba de sus experiencias felices en Estambul, que recordaba con gran gusto. Con el genocidio, la familia de mi madre perdió lo que tenía. Pudieron salvarse, y tiempo después, recuperar algunas cosas. Nunca la noté amarga cuando nos contaba estas cosas. Era muy objetiva: nos contó sus recuerdos en la actitud de “esto fue lo que nos pasó”, sin ira o rencor.

“Era una mujer muy fuerte: quedó viuda muy joven, en un país que no era el suyo. Hablaba muy bien el español, mantuvo unida a la familia y puso una zapatería para mantenernos. Mi hermana, que estudiaba diseño, dejó la universidad para trabajar de cajera. Así pude hacer mis estudios superiores sin interrupciones o problemas, y el trabajo de ambas y el sacrificio de mi hermana son, de nuevo, algo que no puedo sino agradecer.”

MEMORIA. José Sarukhán vive satisfecho de su paso por la rectoría de la UNAM, entre 1989 y 1997, y la considera “el privilegio más grande que he tenido como mexicano, la responsabilidad más rica y honrosa en mi vida. Puedo verme al espejo y no sentirme mal respecto a esos 8 años”. También se siente satisfecho de su trabajo al frente de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la biodiversidad (CONABIO). “Es un lugar gratísimo, con mucha gente joven, entrona, que está aquí no tanto por el dinero, sino porque están haciendo cosas que son útiles para México.” En su oficina de la CONABIO, José Saruhkán conserva un objeto peculiar que despierta la curiosidad de quienes lo visitan, y pocos aciertan a adivinar su función. Una pieza de metal, empotrada en otra, de madera muy desgastada. Este académico, el primer doctor en Ecología que tuvo México, reconocido internacionalmente,  toma el artefacto y muestra su uso: es un yunque de zapatero, que perteneció a su padre. Es la memoria armenia, el eco de esa herencia que permanece.

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