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Fallecido

Agustín Yáñez

Artes y Letras
Novelista
Ingreso: 24 de septiembre de 1952

El estudio de la realidad nacional a través de la literatura se dirige principalmente al descubrimiento de los contenidos literarios; por tanto, queda en plano secundario el tema esencial del arte

Escritor y funcionario público. Considerado uno de los más destacados novelistas de México durante el siglo XX y el iniciador de la novela mexicana moderna. Fue gobernador del estado de Jalisco (1953-1959), subsecretario de la Presidencia de la República (1962-1964), secretario de Educación Pública (1964-1970) y presidente de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (1977).  Autor de Al filo del agua (1945), Yahualica (1946), Ojerosa y pintada. La vida en la ciudad de México (1960) y Las tierras flacas (1962). Recibió la Gran Cruz Alfonso X El Sabio, del Gobierno de España (1979), el Premio Nacional de Literatura 1973 y la Medalla José María Vigil 1976 del estado de Jalisco. Miembro del Seminario de Cultura Mexicana (1949) y de la Academia Mexicana de la Lengua (1952). Doctor honoris causa por la Universidad de las Américas (1970).

 

Raúl Anguiano. Retrato de Agustín Yáñez, 1980. Óleo sobre tela 

90 x 70 cm. Colección: ElColegio Nacional 


Nació en Guadalajara, Jalisco, el 4 de mayo de 1904. Obtuvo el título de abogado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, la maestría y el doctorado en Filosofía por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.  

Escritor y funcionario público. Considerado uno de los más destacados novelistas de México durante el siglo XX y el iniciador de la novela mexicana moderna. Realizó estudios y reflexiones sobre la vida y la cultura en el estado de Jalisco; así como de crítica literaria.  

     

Inició su carrera como docente en varias escuelas de Guadalajara, Nayarit y de la UNAM. En el servicio público, ocupó los cargos de jefe del Departamento de Bibliotecas y Archivos Económicos de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (1934-1952), presidente de la Comisión Editorial de la UNAM (1944), primer coordinador de Humanidades y presidente del Consejo Técnico de Investigaciones en la UNAM (1945-1952), asesor de la Delegación mexicana en la Segunda Conferencia General de la Unesco (1947), gobernador del estado de Jalisco (1953-1959), consejero de la Presidencia de la República (1959-1962), subsecretario de la Presidencia de la República (1962-1964), secretario de Educación Pública (1964-1970) y presidente de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos (1977).  

En el servicio diplomático fungió como embajador extraordinario y plenipotenciario en misión especial ante el Gobierno de la República de Argentina y jefe de la Delegación Mexicana ante la XI Asamblea General de la Unesco (1960). 

Impartió clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde fundó la cátedra de Teoría Literaria; en El Colegio de México; en la Universidad Central de Caracas, Venezuela; en la Universidad Mayor de San Marcos, Perú; y en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, España, entre otras.  

Autor de Ceguera roja (1923); Divina floración. Miscelánea de caridad (1925); Por tierras de Nueva Galicia (1928); Baralipton (1931); Espejismo de Juchitán (1940); Genio y figuras de Guadalajara (1941); Flor de juegos antiguos (1942); Fray Bartolomé de las Casas (1942); Archipiélago de mujeres (1943); El contenido social de la literatura iberoamericana (1943); Ésta es mala suerte (1945); Melibea, Isolda y Alda en tierras cálidas (1945); Al filo del agua(1945); Yahualica (1946); Episodios de Navidad (1948); Don Justo Sierra, su vida, sus ideas y sus obras (1950); La creación (1959); Ojerosa y pintada. La vida en la ciudad de México (1960), La tierra pródiga (1960), Las tierras flacas (1962), Días de Bali (1964), Los sentidos al aire (1964), Perseverancia final (1967) y Las vueltas del tiempo (1975). El Colegio Nacional ha reunido sus obras en ocho tomos. 

Colaboró en los periódicos El Universal, Excélsior, El Nacional; así como en las revistas Cuadernos Americanos, Ruta, Ábside, Letras de México, El Hijo Pródigo y Revista de la Universidad de México, entre otras publicaciones. Dirigió las revistas Bandera de provincias (Guadalajara), Occidente, Filosofía y Letras. Perteneció a la Junta de Gobierno de Historia Mexicana. 

Fue director de las series universitarias Textos de Literatura Mexicana, Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, Obras Completas del Maestro Justo Sierra y de las Ediciones Conmemorativas del IV Centenario de la Universidad.  

Recibió numerosos reconocimientos, entre ellos, oficial de la Legión de Honor de Francia (1945), la Gran Cruz de la Orden al Mérito de la República Italiana, la Gran Cruz del Sol del Perú, la Gran Cruz de la Corona de Bélgica (1965), la Gran Cruz de la Orden al Mérito de la República Federal Alemana (1966), la Gran Cruz de la Orden del Libertador Simón Bolívar de la República de Venezuela (1969), el Premio Nacional de Literatura 1973, la Medalla José María Vigil 1976 por parte del Gobierno de Jalisco, la Gran Cruz Alfonso X El Sabio de España (1979) y el Premio Jalisco 1979.   

Miembro titular del Seminario de Cultura Mexicana (desde 1949) −y presidente del mismo, de 1949 a 1951−, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua (desde 1952) −y su director de 1973 a 1980−, miembro de la Junta de Gobierno del Fondo de Cultura Económica (1962) y miembro correspondiente de la Academia Argentina de las Letras (1975). Doctor honoris causa por la Universidad de las Américas (1970). 

Agustín Yáñez Delgadillo ingresó a El Colegio Nacional el 24 de septiembre de 1952. Su discurso fue contestado por Antonio Castro Leal. 

 

Falleció en la Ciudad de México el 17 de enero de 1980. 

Discurso de ingreso a El Colegio Nacional (24 de septiembre de 1952)

Al entrar a esta Casa de la Libertad por el Saber, me sobrecoge la presencia de los númenes que la custodian desde las alturas de la muerte. Con emoción catecúmena les ofrendo tributos de propiciación.
Aquí ahora, como en los días de la juventud, me sobrecoge la presencia viviente del maestro Alfonso Caso, arrebatado por aquellas visiones de paradigmas, el alma en vuelo, muy más allá del aula y del círculo de alumnos, en suspenso la sinfonía del discurso, paralizado el ademán magnífico, los ojos desmesurados, hechos fuego de la Pentecostés, y la proa del mentón puesta en el infinito. Sus grandes manos —como las del sacerdote caudillo de la leyenda indígena—, sus manos generosas contribuyeron a erigir esta cátedra suprema de la República, desde donde su memoria sigue dirigiendo a la Nación. Quise —no pude— ver el gesto de su lección definitiva, cuando al fin fue a saber “la verdad pura, sin velo”, y a contemplar, “distinto y junto” —”lo que es y lo que ha sido”— “y su principio propio y desconocido”. Precediéndonos, presidiéndonos, lo encuentro aquí, ahora, mudada su naturaleza dionisiaca en serenidad apolínea, luminoso como siempre, para siempre. Guía, maestro, señor.

 


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