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- Con el título El Colegio Nacional y el Derecho, continuaron las actividades del VIII Encuentro Libertad por el Saber.
- Participaron en la sesión Carla Huerta y Ma. de Refugio González, bajo la coordinación de José Ramón Cossío y Diego Valadés, miembros de El Colegio Nacional.
- Se ofrecieron apuntes de las aportaciones de juristas que encontraron en la institución un espacio para difundir no sólo su conocimiento, sino nuevas maneras de aproximarse al Derecho.
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Eduardo García Máynez, Silvio Zavala, Antonio Carrillo Flores, Héctor Fix-Zamudio, Alfonso García Robles y Antonio Gómez Robledo son nombres de juristas que han estado en El Colegio Nacional, “todos ellos prominentes, quienes han contribuido a la construcción de instituciones”, aseguró José Ramón Cossío, miembro de El Colegio Nacional, quien se dijo convencido de la necesidad de “explorar la contribución, más que personal, institucional y académica de estos juristas a las actividades del país y a las actividades de El Colegio”.
Al celebrarse la mesa El Colegio Nacional y el Derecho, como parte del programa del VIII Encuentro Libertad por el Saber, coordinada junto con el también colegiado Diego Valadés, se ofrecieron apuntes de las aportaciones de los seis juristas que encontraron en la institución un espacio para difundir no sólo su conocimiento, sino nuevas maneras de aproximarse al Derecho.
El primero en tomar la palabra fue José Ramón Cossío, encargado de reflexionar sobre la vida y la obra de Héctor Fix-Zamudio y de Antonio Carrillo Flores, de quien escribió una biografía a instancias del primero: cinco tomo en los que llamó su atención “una particular agudeza que tenía para ver los problemas jurídicos: no era un hombre que contaba historias, ni describía instituciones, sino que tenía una particular capacidad incisiva sobre muchos de los problemas que trataba”.
Cossío recordó que Carrillo Flores fue uno de los fundadores del Tribunal Fiscal de la Federación, porque “entendía muy bien que no había un órgano intermedio entre los particulares frente a la administración; otra cosa que es muy notable en él: en los años 30, cuando México estaba haciendo muchas de las instituciones, como el Banco de México o la Nacional Financiera, se legisló también bastante en aquellos años: muchas de las leyes mercantiles, leyes de amparo o administrativas son de aquellos años”.
Al hacer la búsqueda en los archivos, el ministro en retiro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación se encontró con que había trabajado, desde la oficina de la Consultoría Jurídica, de la Procuraduría General de la República, en muchos de estos proyectos anteriores.
Secretario de Hacienda, de Relaciones Exteriores, director general del Fondo de Cultura Económica, tuvo una notable participación en las decisiones que se tomaron a principio de los años 70 para tratar de paliar los efectos enormes del crecimiento demográfico que teníamos, ejemplificó Cossío.
“La vida de don Antonio Carrillo Flores es una vida muy plena, muy participativa en las instituciones, con cambios extraordinarios y algunas formas particularmente claras de expresión jurídica”.
Al referirse a Héctor Fix-Zamudio, José Ramón Cossío, además asistente de investigación del primero, reconoció que su contribución al Derecho es de un orden distinto, porque no ocupó cargos públicos en la dimensión o en la forma con la que lo hizo don Antonio: se incorporó muy pronto al Poder Judicial de la Federación, donde fue secretario de Juzgado, secretario Colegiado y secretario del Tribunal Pleno, hasta convertirse en el primer académico profesional que se dedicó a la investigación jurídica.
“Desarrolló un pensamiento propio, enormemente sofisticado para los años 60: modificó la comprensión integral del juicio de amparo, que se consideraba desde una perspectiva de una mitología nacional, les dio un rango procesal a estos asuntos, exploró muchas materias de derecho comparado y después hizo un salto hacia el Derecho Constitucional, derivado de su condición del Derecho Procesal”.
Como científico del Derecho, Fix-Zamudio sí revolucionó la forma de comprensión, en especial porque hasta esa época había un entendimiento del derecho nacional muy apegado a los dogmas de la Revolución mexicana y él se encargó de romper con esos elementos.
Otra de sus aportaciones fue haber pasado del Centro de Derecho Comparado a hacer un centro de investigación jurídica mucho más complejo, mucho más elaborado; “en tercer lugar, por distintos mecanismos y distintas reflexiones, introdujo y convenció a distintos presidentes de la república para que crearan diferentes instituciones en México: cuando aparecía la idea del Ombudsman sueco, el maestro tomó estas ideas y convenció al poder público para que tuviéramos una Comisión de Derechos Humanos”, rememoró José Ramón Cossío.
Otras miradas
A María del Refugio González, doctora en Derecho y maestra en Historia, le correspondió evocar a un personaje en la que ambas disciplinas se fundieron: Silvio Zavala, un historiador del derecho que vivió una parte muy grande de su vida fuera de México, “casi la mayor parte, pero hizo historia de México toda su vida, de la Nueva España para ser más preciso”.
“Algo que quizá no sabe todo el mundo es que llegó a la historia por el camino del Derecho. No estudió historia, sino Derecho, y se fue encantando con la cuestión de la historia, sin que quiera decir que eso lo llevara a estudiar las pirámides prehispánicas, pero el hecho de haber nacido en Yucatán, sí lo inclina y le da una sensibilidad especial entre los historiadores para tratar a los grupos que ahora llamamos originarios”.
Para don Silvio, a decir de la catedrática universitaria, la Historia del Derecho es historia: a pesar de que entró a ese tema a través del Derecho, es parte de lo que se conoce en la actualidad como las historias especiales; incluso, “es de los primeros en lo que llamamos Derecho Indiano, esto es Derecho de las Indias”.
“Él estudia a la Nueva España y punto, no la califica de ninguna manera: es un gran analista de los temas más complicados, por la combinación de la formación jurídica. El historiador que ha estudiado derecho antes tiene una mayor facilidad para distinguir y precisar las figuras jurídicas”.
Don Silvio se regresa a México, después de ser embajador en Francia, y se dedica a sus papeles. Para él, señaló María Eugenia González, no importa dónde estudie uno la historia si se acerca a las fuentes: “se puede estar en cualquier lado, pero siempre hay que tener cerca de las fuentes”.
Pero lo más importante es que instaura para los años siguientes el estudio del Derecho de la Nueva España, porque después de la Revolución mexicana, “nosotros no queríamos nada con los que nos habían hecho tanto daño, por lo menos así se decía”.
La investigadora del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, Carla Huerta, se refirió a las aportaciones de Eduardo García Máynez, cuya formación también tenía una particularidad: estudió Derecho y Filosofía en la UNAM, realizó cursos en Berlín y Viena con juristas famosos e ilustres, para convertirse en un abogado y filósofo con una proyección internacional y no sólo en América, sino también en Europa: fue leído por sus contemporáneos y debatió con ellos sobre temas de punta en materia de teoría del Derecho.
Su visión es la de un filósofo del derecho, pero desde la perspectiva jurídica. Incluso, en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional aseguró que había “acudido a la filosofía para entender mejor el derecho ‘y he querido ser jurista para convertir en asunto de meditación filosófica una realidad que hunde sus raíces en las necesidades y afanes de la vida práctica’”.
“Es la combinación de la reflexión filosófica con otras pretensiones más interesantes, que son su preocupación por el trabajo de investigación que hacemos los juristas: le preocupaba que se le dotara del carácter científico, para esto acudió al análisis formal y a la lógica. Trató de buscar esta conexión entre la lógica y el derecho”.
La mayoría lo conocimos a través de su obra, aseveró Carla Huerta, a pesar de que formó a muchas generaciones, a partir de su obra más importante, Introducción a la teoría del derecho, publicado en 1940 y un libro obligatorio durante casi todo el siglo XX, con lo cual “sus contribuciones le permitieron cruzar fronteras, formar a nuevos autores, nuevas teorías, temas de discusión: planteó nuevos retos a la teoría del derecho y a la formación de los juristas en México”.
El derecho internacional
Por último, Diego Valadés, miembro de El Colegio Nacional, se encargó de hablar de dos juristas vinculados al derecho internacional: don Antonio Gómez Robledo y Alfonso García Robles: “entre ellos había, además de la afinidad profesional en cuanto al tratamiento de los temas de política internacional y de derecho internacional, una relación afectiva muy profunda, incluso, los dos cultivaban temas filosóficos y literarios”.
“Fueron dos juristas mexicanos que contribuyeron a dar forma a la estructura y al funcionamiento de la ONU, pero don Antonio tuvo otra eminente participación: en 1959 participó como delegado de México en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Derecho del Mar, que se llevó a cabo en Ginebra, donde comenzó el gran debate del derecho que tenían los pueblos, los Estados, no sólo de determinar la franja que corresponde al derecho sobre su mar territorial, sino al de zona económica exclusiva, concepto en cuya construcción participó decisivamente el embajador Gómez Robledo”.
De esta manera, México amplió su espacio, tomando como adición a las 20 millas de mar territorial, otras 200 millas de zona económica exclusiva. Esta es una forma de contribuir al México moderno, siendo una de las participaciones en las que fue crucial el estudio, la dedicación, la argumentación, capacidad disuasoria de un personaje como Gómez Robledo.
“En el caso de don Alfonso García Robles, él ingresó a El Colegio Nacional 10 años antes de recibir el Premio Nobel de la Paz, de manera que no fue la institución la que incorporó a un Nobel, sino el Premio el que reconoció a un miembro de El Colegio, que es muy diferente. De suerte que la presencia suya aquí se dio cuando ya había sido reconocido por Naciones Unidas, pero antes de ser designado como secretario de Relaciones Exteriores de México”.
Ciertamente ya para entonces la obra señera por la cual se le conoce en México y en el mundo había tenido lugar: el Tratado de Tlatelolco, cuya propuesta por parte del gobierno mexicano, a instancias de don Antonio y construido totalmente por él, se produjo en 1967 y entró en vigor en 1969.
Para tener una idea de lo que representó y lo que representa en nuestro tiempo un tratado de esa magnitud, especificó Diego Valadés, vale la pena que tengamos en cuenta que en el año 69 había cinco potencias nucleares en el mundo: Estados Unidos, la Unión Soviética, Reino Unido, Francia y China. Con posterioridad se incorporaron a este club otras cuatro naciones.
El Tratado de Tlatelolco dio pie a la serie de tratados para detener el armamentismo: en 1972 había 40 mil ojivas nucleares, en la actualidad se estima que son 13 mil, “de suerte que hay un cambio cultural importante y en ello tuvo influencia el tratado impulsado y concebido por un miembro de esta casa”, siendo una de contribución fundamental a nivel internacional, resaltó Diego Valadés.
La mesa “El Colegio Nacional y el Derecho”, parte del programa de actividades del VIII Encuentro Libertad por el Saber, se encuentra disponible de El Colegio Nacional:
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Correo de contacto: prensa@colnal.mx
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